Finalmente llegó el día. La despedí con su uniforme
universitario y el aparato que desde los 10 años forma parte de su organismo
para sobrevivir en una, o varias de sus redes sociales. Al fin y al cabo tendré
que acostumbrarme a la idea de que es una Millenial,
esa generación que, según dicen, es más crítica, exigente y volátil.
La vi entrar al corredor universitario con esa frescura
que ya creía olvidada. Esa ingenuidad de los años mozos, donde el único trabajo
posible era estudiar. Y reconocí que estaba emocionado. Apenas días antes, completé la carta escrita a mano que le hice
al nacer, pero que nunca terminé y guardé en un archivero para cuando cumpliera
los 18 años y así pudiera darle algo de significado a ese momento de llevarla
para obtener ese carné de identidad que a su edad, sólo sirve para oficializar
la entrada al antro.
“…Lo mismo deberán
sentir algunos de mis compañeros de generación con algunos de sus hijos…,-
pensé.
La vi perderse por los pasillos de la Universidad.
Decenas de autos. Señalética. Muros de concreto prefabricados y guardias de un
puesto de control distrajeron mi pensamiento. Antes de volver a poner en marcha
el auto de regreso, la memoria cruel y oportuna me trajo aquel comercial que
por la radio y la televisión nos recetaba el Banco del Atlántico cuando el papá
de Ricardo Rosado asumía la gerencia regional de la firma y el Festival de la
Canción estaba en su más alto rating.
"Todo un océano de
posibilidades" -pensé mientras veía a mi
hija adentrarse por los pasillos de su nueva casa de estudios.
Porque más allá de las aguas agitadas del desempleo
juvenil en México, las olas del Brexit
inglés y su impacto en la arenas infinitas de la juventud global, asomó en mí
la angustia solitaria que cualquier padre puede sentir en el camino de una hija.
Mi niña, que ayer veía La Sirenita de Disney
no puede ser la misma que hoy, 18 años después, navega en las aguas turbulentas de un modelo
de estudio y formación tradicional universitario que ya no encaja en mi mundo.
Disminuí la velocidad del auto, porque pensaba que
hoy los estudiantes del nivel superior ahora buscan modelos rupturistas de
formación, cuestionan los formatos tradicionales universitarios, debido a que
al egresar no encuentran una correlación positiva entre el alto costo monetario
o temporal de ese estudio y la efectividad para encontrar trabajos apropiados. Todo
un escenario que empezó a darme escalofríos.
¿Qué más podría recomendarle un padre a su hija? El
sentimiento protector de un padre estaba en su punto más alto. Únicamente me
consoló el hecho de haberle escrito, en aquella carta a mano, -a la antigua-
que nunca, por lo que más quiera, deje de tener fe.
Querida hija, ¿Cómo decirte que el hombre tiene
necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede
subsistir, no va adelante? Pero al contrario, la fe, sin verdad, no salva, no
da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de
nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en
que queramos hacernos una ilusión.
O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que
consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de
ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino
de la vida.
Querida hija mía, inicias la Universidad, pero no
olvides que tan necesario es recuperar la conexión de la fe con la verdad pues
hoy aun es más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos
encontramos.
En tu cultura contemporánea y posmoderna se tiende
a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello
que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque
funciona y así hace más cómoda y fácil la vida.
Hoy parece, mi pequeña, que ésta es la única verdad
cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es
posible debatir y comprometerse juntos. Porque verás, la gente tiene miedo de
mostrarse tal cual es, y a menudo, los jóvenes como tú tienen a reducir la
verdad a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de
cada uno.
Una verdad común nos da miedo, porque la
identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin
embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el
encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su
clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. Esa es la
verdadera Universidad, esa es la experiencia que debe caracterizarte a tu paso
por esta etapa.
Espero que entiendas precisamente por su conexión
con el amor, la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del
derecho y de la paz. La fe, nacida del amor,
puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre.
Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino
que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante;
al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es
ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la
seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo
con todos.
Desearía escribirte más cosas con el paso del
tiempo. Pero el tiempo ha pasado. Los artistas de mi época van muriendo y la página
de la Semana Hace 50 años del Diario de Yucatán se acercan peligrosamente a mi
núcleo de interés literario.
El ruido de un claxon me sacó de mis cavilaciones.
Era una de esas señoras que hacen ronda en su 4 x 4. Allá por Villas La
Hacienda, mientras pasaba por lo que fue la casa paterna de Carla Sansores.
Claro, estaba por llegar al Pocito, no me extrañaba. Y en mi radio, la canción noventera que me
encantaba pero que hoy ya no me gusta tanto….¨Loosing my religion…” ¿Será?.
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