Los autos de mis amigos de generación no fueron sólo autos. Eran portadores de la personalidad y el libro transparente de las historias personales de mis compañeros de clase. El auto en la década de los ochenta no era el objeto de ostentación vana: era el auto que tu padre o madre te podía prestar, comprar o donar y no la petición caprichosa como requisito de entrada y estudio con que las nuevas generaciones universitarias chantajean a sus padres.
Eran muy pocas las marcas que se vendían en el mercado y las de lujo sólo se veían a la entrada de la disco Daddy O de Cancún o en los corporativos del Distrito Federal dirigidos por los futuros prospectos de las compañeras con apellidos pertenecientes a "troncos de estimada, antigua familia de la sociedad meridana". Para muchos el auto era el objeto que no se podía tener y por consiguiente el pasaporte a la integración comunitaria vía "la ronda".
Si a eso sumamos que la Unimayab realmente estaba en el kilómetro 15 de la carretera a Progreso -casi llegando a Río Salvaje, como decía el Huero Peña- pues obviaremos las consideraciones socioeconómicas para pasar únicamente al terreno que relaciona a mis compañeros con su auto tal y como lo conservo en la memoria, aquí les dejo la primera entrega.
El europeo de Carlos Peña Morales: Nunca olvidaré cuando a mediados de carrera, Carlos Peña Morales invitó a Saide Sélem Delgado a conocer el auto de medio uso que había sustituído su viejo Atlantic. Era uno de esos modelos de la Volswaguen que sólo circuló por espacio de tres años antes de que los descontinuaran. Era un Corsar 1988 de color negro y representó para el Huero un avance espectacular, luego de vender su auto equipado con una lámpara para poder checar las jugadas de bolita que recogía en la colonia Bondojo de Progreso. Muchas veces manejé ese Corsar, automóvil automático que representaba el ascenso de Carlos Peña a la europeización de sus finos gustos y modales. Lo manejaba porque al Huero no le gustaba nada manejar en Mérida e insultaba a cuanto meridano se le cruzaba en las glorietas y cuando algún guiador no ponía su direccional gritaba a todo pulmón:
-Saca tu lengua imbécil!!!! A Carlos nunca le gustó agregarle a sus autos estéreos raros, bocinas, placas falsas, polarizados ni nada de esas cosas tan de moda en los ochentas que se le hacían chocantes y de mal gusto. Por el contrario, procuraba que siempre estuviera limpio y bien cuidado aunque él no supiera para qué sirviera un desarmador ni mucho menos el lugar donde se ocultaba la palanca de la cajuela. La clase nunca le abandonó, inclusive cuando se vio obligado a hacerle un aventón a Ivan Rubio Ortíz a su casa en la colonia Granjas.
-Oyeme Ivan, no me vayan a rayar los autos los indígenas de tus vecinos!
Manejar para Carlos Peña en Mérida era una experiencia neurótica, pero divertida. Al tiempo que exigía ponerse el cinturón y no tirar basura fuera de su auto como buen ciudadano americano, siempre estaba preocupado por el tránsito de Mérida que le hacía usar los últimos insultos de la moda progreseña a cuanta dama meridana que circulara por Circuito Colonias o bien en el centro de Progreso durante la temporada: -Hijuepu...señora, no vio el maldito semáforo, ciega! Meridanos, vaya a remojar su cu...a otra parte, por su culpa no hay agua, luz ni Diario en Progreso!!!!"%&/(/&% Es muy probable que si escuches a alguien insultar en algún semáforo por Santa Ana te encuentres con el Huero Peña, si lo ves, pídele un autógrafo porque ahora sus amigas diputadas del PRI lo han visto circular en una Hummer....
El auto de Leticia Rivero Rodríguez: La ocasión de pasar un semestre particularmente difícil se convirtió en un motivo de orgullo para Letty Rivero. Era el décimo o noveno y su reciente rompimiento con "Monono", festejado por muchos, propios y extraños, además de la posibilidad de trabajar en Mérida y sobretodo las buenas calificaciones ocasionó que su papá, el Dr. Rivero le regalase un Crhysler Shadow 89 nuevo. Me lo presumíó en la cochera de su casa por el rumbo de La Sirena, cerca de la Itzáes. Abrió la puerta izquierda para mostrar el aterciopelado rojo de un automóvil consderado fuera de serie en cuanto a diseño a fines de los ochentas. Planas enteras publicaba la agencia local de la Chrysler para presumir el diseño de este automóvil que para Letty llegó con placas de Quintana Roo y en color vino, automático y casi podría afirmar tipo fuel injection o como le llamaba la fábrica era tipo Turbo. El cambio de auto a Letty Rivero para muchos, o al menos para mí, fue también un cambio de vida y personalidad: Atrás quedó la niña que llegó de Chetumal con un Caribe Rojo lleno de ilusiones y fantasías, con una inmensa calcomanía de Kitty en el medallón trasero y un sinnúmero de afiches, peluches que envidiaría la tienda Onyx para dejar pasar a una Letty más certera, segura, conquistadora y un poco agresiva. Los integrantes de la ronda de Letty recordarán que ella era algo más que una cafre al volante, pues gustaba, como Carlos Sierra Sosa, volarse el semáforo rojo ubicado en donde ahora está el super San Francisco en prolongación Montejo. Como colofón a este cambio de vida, Letty inauguró su Shadow con el nuevo album de Yuri, su cantante preferida. Después de todo, estos autos ya venían con reproductor de CDs, la novedad del momento, sólo disponibles en Rocketerías y en Casa David Arceo de Plaza Fiesta. Para mí, Letty y la veracruzana Yuri eran lo mismo: explosión de alegría sin freno, pero no al volante. (Continuará)
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